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La primera vida de Ariadna. Episodio 2

Hoy publico el segundo episodio de La vida de Ariadna, segundo relato corto y sencillo que escribí hace veinte años sobre Ariadna, una niña de cinco años muy especial. Los tenía olvidados en algún hueco del ordenador y me gustaría pensar que Ariadna y su filosofía natural pueden decirnos algunas cosas importantes, divertidas también.

Querría preguntaros si creéis que una niña de esa edad es capaz de plantearse los dilemas que se plantea Ariadna o pensáis que es demasiado pequeña para discurrir lo que ella discurre. Los ocasionales lectores de estos cuentos me han dicho de todo, yo personalmente pienso que las mentes de los niños pequeños son tesoros dificilísimos de descifrar, mucho más intensos, más profundos, de lo que queremos creer.

El Derrocamiento

La mañana era luminosa, entraban reflejos raros, fugaces, de las calle, Ariadna quedó sola, su hermana jugaba a juegos de mayores sobre el escritorio de esa habitación que se usaba de despacho, pero los padres habían desaparecido, como en un truco de magia, y cuanto más relegada en su soledad, en su imaginación más simple, cuanto más le deslumbraba el sol, más reina se sentía, más en el centro, y entonces miraba a través de los caprichosos ventanales y sentía la emoción de fiesta que llega siempre de afuera, la de los gritos, la de los pájaros...

Gritó el nombre de su hermana; «Adela, Adela»pero su hermana seguía absorta en un estúpido juego de ordenador. Los padres habían vuelto a salir al hospital y era la tía Elena quien vigilaba a las niñas, de lejos, no quería estar encima de ellas, y Ariadna se aprovechaba, se sentía tan mayor, tan lista, tan como su tía Elena, con sus cinco años y medio se creía mayor, por encima de todos«Soy la más lista, la reina, nadie entendería las cosas que yo intuyo, ninguna de sus mentes es capaz de discurrir lo que yo discurro, soy la única».

Y de veras se sentía esa reina poderosa, tenía razones, ¿por qué no? Salió a caminar por el pasillo, tía Elena trajinaba en la cocina, Adela peleaba entusiasta con el ordenador, pero ella, solamente ella, paseaba, arriba y abajo, solemne, como esa reina, miraba hacia la luz del sol, y se sentía inmensa, feliz. Nadie me entiende, nadie es capaz de comprender lo que yo pienso, mi cabeza viaja por paisajes que ellos ni podrían imaginar.

Llegó al recibidor y se sentó sobre el arca, quizás fuera la repentina oscuridad, quizás el exceso de alegría, pero entonces le asoló una sensación muy clara, muy nítida, de derrumbe, necesitó callar, hiperventilar con la vista fija en el lejano resplandor del balcón, necesitaba plenitud de nuevo, pero no volvía, porque estaba sola, porque la vida de los sabios es muy solitaria, se descorazonó, imaginó toda su vida sin peleas con Adela, sin abrazos profundos, sin nadie para hablar, sin nadie para enseñarle ninguna solución de ningún enigma, por ser la reina, por ser la más lista de todos.

 Soy tan lista y aún no conozco ni la mitad de las cosas que tendría que saber…, que triste sería saberse la más sabia, la más poderosala más importante, sería como aceptar que este mundo es poca cosa, que nadie es mucho más que la tonta de Adela, que nadie llega a mucho más que la tía Elena preparando sémolas de trigo.

Eran cavilaciones de una niña muy pequeña, y no es que Ariadna fuese tan presuntuosa, ni siquiera conocía aún la soledad, era sólo una niña que sacaba sus conclusiones, que se dejaba llevar, que hablaba con los adultos y los adultos la trataban como a una boba y entonces no podía evitar sentirse el único ser con sentido en aquella casa, en aquel edificio tan solemne del centro de Deluria.

Se derrumbó, cayó paralizada durante media hora, cuando se repuso entró en el despacho donde se entretenía la hermana, miraba una película de animación con peces que hablaban y voces grotescas, Ariadna no sabía aún que los peces verdaderos no pueden hablar y se quedó mirando el vídeo, junto a su hermana, que le explicaba con risas lo graciosos que eran aquellos animales parlantes, aquellas conversaciones de locos. Acabó riéndose con ella, después se sentó en el suelo y se dedicó a mirar como una posesa los ojos de Adela, para saberlo todo, para estar segura de que su hermana y ella no eran dos imbéciles, la miró durante horas.

Llegaron los padres, exhaustos, la encontraron encogida, con la vista fija en su hermana, no notaron ninguna novedadvenían de horas de análisis de pruebas médicas que nunca conducían a nada.

Pero Ariadna lo logró, cuando salió de aquel despacho, después de mucha concentración, salió segura de que su hermana, y todos, los padres, la tía Elena, la abuela, eran muy listos, mucho más que ella, y de que tenía toda una vida para intentar comprenderlos, para llegar a ser tan sabia como ellos.

Quizás no fue tan sincera, pero a los cinco años no se tiene ninguna necesidad de falsear la vida, lo digo porque Ariadna nunca se tomó muy en serio las cosas que los demás veneraban, nunca, ni de niña ni de grande, cuando ya ni se acordaba de que una mañana se había sentido una reina, nunca creyó de veras en horarios fijados, ni en verdades estrictamente históricas, por sus sentido tan raro del tiempo, tampoco creía en las dietas, ni en las calorías, ni en las recetas, siempre fue flaca y glotona.

Habrá quien piense que aquella mañana del derrocamiento Ariadna conoció por fin el mundo de los hombres y su sabiduría, pero yo no, me quejo mucho de ese momento, un día se lo dije, me hubiera encantado una Ariadna completamente soberana, una formidable dictadora, capaz de cualquier proeza.

¿No son esos los pequeños momentos que desfiguran nuestras vidas, los que nos pesan o nos menguan?

Aquella fue una tarde desolada, la madre sentía un dolor punzante en la espalda que no había encontrado otro diagnóstico que el de afección psicosomática, llevaba desquiciada muchos meses y la pequeña Ariadna lo sabía, pero prefería creerle cualquier cosay a veces la creíaa veces la compadecía y otras veces volvía a pensar aquello de que el mundo está completamente lleno de imbéciles.

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1 comentario en «La primera vida de Ariadna. Episodio 2»

  1. Querido Miguel, gracias por este segundo capítulo de Ariadna…. qué difícil saber lo que hay en la psique de un niño en su primera infancia. Os comparto unos recuerdos míos auténticamente veraces de lo que supuso mi infancia en Madrid, tras una Resurrección de casi 3 años en Mallorca.

    Yo nací en Madrid en noviembre, y en abril casi muero con 5 meses por algo de tipo tuberculoso… me operaron y mi madre me llevó en avión a Mallorca, donde habían destinado a mi padre por unos años.
    Allí resucité, tuvimos una casa con jardín, con pinos, con olor a salitre y vistas al mar… aprendí a caminar, a hablar, a nadar…
    Y con tres años, de nuevo a Madrid… al gris de las aceras, los pitidos de claxon, el humo de los cigarros…
    La gente encorvada y temerosa, habitaba una ciudad con cicatrices, que había sido sitiada y bombardeada apenas treinta años atrás… ese dolor agazapado se sentía palpitar bajo el asfalto…
    Mi corazón de niña se quebró aplastado por la congoja… como los huesos de un pajarillo bajo la rueda de un camión …
    ¿Dónde estaba la luz mediterránea, el reverberar de espejos sobre las ondas marinas, el profundo color turquesa de las aguas de Mallorca, el olor de los pinos y las algas, el suave rumor de las olas que me arrullaba como canción de cuna, el olor a ensaimada de cabello de ángel, el crepitar del fuego en una chimenea…?
    Todo desaparecido de un plumazo… hasta enmudecieron las músicas de esa primera infancia, pues se perdió la colección de discos de mis padres en la mudanza…
    Recuerdo mi pequeño cuerpo de cuatro años llorando al mirar por los ventanales de mi nuevo hogar, a once alturas por encima del suelo de la calle, intentando atisbar el mar en el horizonte, y sólo chocando contra verticales colinas de hormigón con letreros luminosos indescifrables para mí, como Eurobuilding, las letras rojas de Cuzco, y las azules más lejanas de Hotel Meliá Castilla.
    Sólo me ha mantenido viva la visita estival de un mes a Moraira, paraíso alicantino donde dormía arrullada por el canto de las olas, embriagaba mis pulmones con el aire cargado de sal, adelfas y pinos, flotaba abrazada por las aguas benévolas del mediterráneo, y por fin caminaba sobre la tierra con mis pies descalzos.
    El resto del año, en mi cárcel de ladrillos rojos, mezcla de tristeza y odio, como un Segismundo encadenado, esperaba las noches en que soñaba con un recuerdo ancestral de aquel mi revivir en Mallorca: un pino verde que se inclinaba en la orilla hacia las aguas turquesas para besar el mar.

    Aún me brotan lágrimas de los ojos al acceder a ese recuerdo tan lejano… tan opuesto a lo que conocí en Madrid: yo vivía muy lejos de un río, nunca vi ranas ni renacuajos ni lagartijas, el único pájaro que había era el gorrión… de triste plumaje gris y marrón… nunca oí el canto del mirlo, ni del gallo, sino de los cláxones….
    Curioso siglo de adelantos nos ha tocado vivir!
    Un abrazo a todos

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