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Poemas de Iliria

Extractos del poemario Iliria

En esta sección publico versos escogidos de cada uno de mis poemas de ILIRIA, el poemario que da nombre al BLOG, son versos de paso, escritos en esa frontera que separa lo más estrictamente humano de la constante  melancolía de los ángeles, del fuego los héroes equivocados, o de la sagrada furia del poeta.
Preludio

De otra soledad de raíces y sombras
lanzarán el verso que anulará las lenguas,
y de esa otra voz que nombra
brotará confundida tras el seto de boj

cada palabra que cruza,
cada piedra que calla.

El invierno fértil, el silencio amigo,
los ojos encendidos, el amor en vela,
la espera henchida de arrebatos, de murmullos
y amuletos lejanos, como estrellas…

 

Libro Primero. I Gracias por la Noche

Y gracias por la noche,
gracias por su tenue afirmación
y su radiante duda.

gracias a ti y ese otro dios
al de los ángeles del tiempo, al de los cíclopes,
al dios de sus madres, al de las madres del héroe del que vendrá.

Mi voz agradecida le proclama nuestro amor,
y aún quisiera cantarle a quien él canta,
que le lleve mis versos a su propio dios,
que le lleve mi asombro fugaz, mi última alegría.

Gracias también a él por la noche.
Gracias dios del dios
que mis ángeles veneran.

Gracias por el sueño de los pájaros
y por las flautas perpetuas de los dioses menores
o de los grillos.

II Piel de culebra

Como la culebra sonámbula
en primavera,
quisiera que mi piel se liberara,
que escapase mi cuerpo y mi lucha voraz,
quiero repartir toda mi alma
entre las viejas escamas y el camino.

Para verme marchar entre las brozas,
para verte reptar, Hipólito, por las templadas dunas
que tantas tardes recorrimos.

Ser sólo de piel,
y mudar de mundos, de sangre, de poeta.

Como la culebra sonámbula
en el invierno,
el sueño reptil, la noche permanente,
y el casi despertar.

III Caminos en círculo

Por estos campos de Iliria
viví una tarde de bombillas doradas, como un salmo
una tarde que se repite y en la que nunca anochecerá.
Contemplé una visión extravagante que no me deja,
me hace dudar o reír en cada una de las mañanas del desasosiego.

Tengo pues el alma marcada
y los pies acostumbrados a las cañadas en círculo,
a los caminos de dunas repetidas,
girando siempre al fragor de un mismo viento.
¿Poesía, no eras tú la llama, el ángel compañero
que me debe guiar?

Alarga el círculo más allá del horizonte,
hasta el país de esas primeras veces.
Caminaré más deprisa
y sólo beberé en las mejores fuentes, agua, y los licores del poeta,
hablaré de ti a los que beban conmigo,
y quizás nos sigan
para escuchar mi primer aullido de lobo.

IV Los Gritos

Cómo vuelan, cómo caen, cómo brotan mis ruidos,
son un jardín de mimosas reventando sus estambres,
son el centro coral del arrecife, con la bala
recorriendo, eternamente, mi sien.

¿No oyes como si se desangrara el trueno?
¿No ves el relámpago en lo más lejano de mi pupila?


¡Oh Bach! ¡Oh Baudelaire!
¿Necesito unos oídos nuevos
que me dejen seguir?

Pedid al cielo por ellos,
por los silenciosos dioses
que de cuando en cuando nos abrigan los oídos
con hermosas palabras de sortilegios de amor.

V De luz

Si tú fueses de luz, sólo de luz,
si sólo aparecieses en las casas oscuras,
en las noches, en los templos.

¡Blanquísima amada
que no sabes ni amar ni recoger tu amor!

Si yo fuese de cristal,
como las esferas, las hojas de acanto o las lágrimas
que colgaban en la antigua lámpara del comedor.

Mis ojos serían tan transparentes,
blancos, como tú, y no tendría que subir la mirada,
ni buscarte con lentes de color del las despedidas,
ni tendría que descifrar mi sombra
en la opaca tierra del camino.

Es el polvo de nácar que desluce tu rayo,
eso es mi vida.

VI Muro

… Encerrad con mil candados todo lo que amáis,
esconded las llaves hasta que perdáis de vista su silueta,
alejaos de él
y de quienes fuisteis antes del amor.

Dejadle botellas de aguardiente,
pan, fruta fresca y algún símbolo divino.

Su amor es ligero y misterioso,
el poeta nunca sabe si ama, si es amado,
no se sabe si caminante o camino.

Hermosos muros con coronas de cristal,
proteged con vuestros sombras mis viejos paraísos,
y esperad, tan blancos, el regreso.

VII Raya

(…) Es devota y cuajada de todos los humores,
de la leche del higo, de tormenta o de mercurio,
la muerdo en el hombro,
se revuelve con sus dientes abiertos
y me inyecta su saliva y su sabroso sudor.

Es mística y lúbrica,
con un nombre mágico y la piel hermética, 
una buza desnuda y pronta a derramarse.
Escribí con esta tinta cáustica su nombre
y mi mano, como en encefalograma último
se quedó en una raya infinita (…)

VIII Aliagas

Se ha deshecho el camino a mis pies, 
no hay surcos, ni rayas, 
ni huellas caminantes, ni suelos alargados 
por las marcas de lluvia.

Me rodea un rebaño de aliagas fantasmas, 
unas enraizadas, otras voladoras,  
aliagas mensajeras, bailarinas, 
espectros secos de este desconocido páramo que me encierra. 

¿Estoy ya en mi patria? 
Debo marcar las lindes de mi casa.  
Y las aliagas callan, todo se calla. 
….

Acampado en esta tierra
cuatro horizontes idénticos me acorralan, 
fue un poema equivocado, 
quizás tenga que escribirme otra vida,
repudiar a otro Dios.

 (…)

IX ¡Qué triste es el amor!

Qué furioso dolor esculpe en el pecho 
su visión franca, sus vuelos 
como estrellas, como universos cayentes, 
sin Newton, sin millones de kilómetros, sin magma.

Qué triste, qué amargo es el amor.

Si lo desnudas, si le sacas el rito de los versos suicidas, 
de la enfermedad mortal.  

¡Todos mienten, mi amor! Todos mentimos, 
es una negra fanfarria,  
no caben los susurros de viola,   
ni los lejanos madrigales. 

¡Todos mienten, mi amor! Tú la primera. 
Tú, con tus astillas de amor   
que se abren en la carne, y giran, 
y retuercen los músculos, sin llegar a la sangre.

¡Qué triste!
¡Qué triste es el amor!

X La voz escondida

Oigo las piedras predecir mis pasos.
Oigo los hermosos versos de Píndaro y Aussias.
Los pianísimos de un cello cremonés.
Oigo un yeso románico que cae.
Oigo la burla de un Dios extravagante,
y las risas de Buda.

He de responderles 
con los versos sagrados que recogí en el camino de Iliria.

Y oí un saludo, respondí en español, y en otras tres lenguas,
era un viejo, de la misma polvareda del camino,
con la cara perdida y los ojos quemados, tanto miraba.
(No aprendí de veras el idioma de los ilirios, Dioses, mi Dios,
qué le contesto, cómo le hablo).
Me invento el latín, el griego, otras lenguas,
compongo un ditirambo en modo frigio,
dibujo una cabeza de Quetzacoaltl,
le ofrezco vino, lloro
(no es ilirio, los ilirios tienden a la melancolía),
me apoyo en la encina, me recuesto junto a él,
no he de seguir sin escucharle, sin contarle mis versos,
podría ser Orfeo.

XI La diosa y la virgen

Esa Diosa era como las jóvenes oropéndolas, 
intuitiva y muy poco conceptual, 
perdía en sus concursos de canto
por quebrantar las normas.
¿Qué es una norma?
Preguntó a una virgen cristiana.
Lo que no puedes hacer.
Contestó la virgen, lógica y enfebrecida.
Con el llanto de las dos surgió una acequia,
más, un arroyo umbroso y reptante.
Allí vais vosotros.
Y hacia allí va ahora el poeta,
sofocado por el calor, por la música de las estrellas,
y quizás hiperventilado,
quizás,
porque los caminos de la región de Iliria
no tienen razones.

XII Destino fallido

… 
Cuando el atardecer, como amortecer anaranjado, 
acusa el cansancio y la derrota,
me finjo dios, dios de mi raza,
y embebido de dios y de distancia,
entono su canción: 

«¡Oh dios, dioses, Luz!
¡Oh camino, alma transparente, voz que nombra y vivifica!
¡Oh ensoñación divina, cúpula de amor!»

No hay más música en dios que la alabanza,
ni más razón, ni más poesía, ni más alimento. 
….

Oh Luz, que me concibes y me expulsas cada noche, 
Oh Señor, amor dulce y suave rebelión de mi sentido.
Perdonad esta reflexión a oscuras que me retuerce y me levanta, 
y entended, Oh dios, 
las llagas con que queréis taladrar mi corazón.

XV De nosotros

Abrázame, desesperante amor,
apriétame, tan loca y tan herida
como cuando te arrancaba de mí.
Defiéndeme del que se esconde en el camino,
defiéndeme de nosotros.

Arrópame con tu pelo de círculos,
caliéntame y me muerdes la boca,
como el lobo muerde la sangrienta herida de su presa.
Aléjame del doliente unicornio.
Aléjame de nosotros.

Colúmpiame, con tu mirada llena.
Descúbreme, como a la isla o al insecto.
Desordéname más y me desnudas,
y me vuelves a mirar y me sonríes a golpe de tambor,
desnúdame de nosotros.

Escríbeme, mi amor, todos los libros.
Atragántame con tu saliva.
Asfíxiame con tus piernas vegetales
y en el poster fulgor de este combate
aliméntame de nosotros.