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           ¿Por qué el Nobel de Jon Fosse?

  «Por sus obras innovadoras y su prosa que dan voz a lo indecible».

MIGUEL FERRANDO

¿Y por qué le han dado el premio nobel a este señor?

Me lo ha preguntado algún lector, y por la mirada de otros tantos sé que es lo que me querrían decir muchos más, porque muchos son los que han intentado leer los libros de este escritor noruego, disfrutarlos como nos exige el manual de buen lector, o al menos asumir sus novelas como cualquiera de las de los últimos autores galardonados con este premio, con frecuencia en inglés o francés, a menudo con obras que tampoco son conocidas en nuestro país, pero aquí, con el bueno de Fosse, fracasan, desisten, no pueden superar ese repetir de descripciones, de recuerdos, esos diálogos infantiloides, esa manera pasmada de vivir que parecen cultivar sus protagonistas, desisten desorientados, no saben qué cara poner cuando al final de cada parte (libro o capítulo) de su Septología, (hipnotizante para muchos, infinita, digamos, para otros tantos), el protagonista Asle,  quizás sea el mismo Jon Fosse, se dispone a rezar el padrenuestro, en noruego y en latín, y entonces tú te lo lees porque intentas encontrar en alguna palabra del rezo católico un detalle, una modificación, una palabra clave que te dé respuesta a todas las espirales de ideas y recuerdos que acabas de leer, y como no estás seguro de nada lo vuelves a leer y ya, sin quererlo, te encuentras preso de esas letras, a traición, y te sientes burlado.

Me imagino a más de un profesor de Harvard, o a muchos avezados críticos de nuestra España, mirando en derredor al leer la oración, que no le vean, que no sepan que está leyendo una especie de misal, descolocado, asustado, inseguro ante el poder de esas palabras sagradas, quizás al repetirlas tanto, de pronto, como a un católico rabino Löw, se le encarne el Golem, algún tipo iracundo de Golem noruego, anti-escéptico, demasiado feliz, y le destruya con sus puños de arena tanto concepto literario macerado a golpe de sintaxis precisas y existencialismo.

¿Por eso le han dado en Nobel? ¿Para que se ría de nosotros? Ojalá.

Soy de los hipnotizados, me resulta complicado referirme a la literatura de Fosse sin dejarme, al escribir, una sonrisa de lerdo, espero que me dure, porque no es fácil analizar sus libros, los tres libros que he podido leer;  Melancolía, de Random House y Septología y Trilogía, publicadas por De Conatus, mantienen el discurso ondulante, pero directo, profundamente humilde, que a través de lo que yo entiendo como una línea de humor sutil y piadoso es capaz de desarrollar historias de una hondura que aterra.

Paisaje litoral de Lars Hertevig

Lars Hertevig (1830-1902), es el pintor que protagoniza Melancolía, un personaje real con cierto parentesco con el autor, según él mismo aclara, fue pintor paisajista de una escuela romántica, hoy en día acreditado de cierta  genialidad por su composiciones de naturalezas dramáticas iluminadas por una luz muy personal,   estudió arte en Düsserldorf. Allí comienza esta novela que transita por la desesperación del protagonista  ante un amor decididamente no correspondido y el abismo al que le aboca un genio artístico que  no sabe limitarse a la mediocre vida de bohemio, de aprendiz de bohemio, la fragilidad de su psicología desemboca en una y otra crisis mental…, sanatorio, esquizofrenia, soledad… Luego los episodios en el manicomio son extraordinariamente físicos, el cuerpo, la psique, la naturaleza áspera condicionan su caída al infierno. La historia concluye décadas después de su muerte, en otra generación, con un personaje anciano que parece le conoció en vida, con una ancianidad casi mística que se siente en cada miembro, en cada parte de esa conformada anatomía, para fundirse en naturaleza, en cierta unidad con el todo, con el fiordo, con el tiempo que pasa o quizás no, que quizás sólo gire en un remolino constante…

Porque a Fosse la inspiración le llega escuchando, intentando oír, descifrar lo que le dice una voz de lo alto, la de Dios quizás, por eso la extraña solemnidad de cada gesto, de cada víscera, de cada pieza de tocino.

Me hace recordar esa curiosa anécdota que le leí a Eugenio Trías en su delicioso libro El canto de las sirenas, sobre Robert Schumman, explicando que el maestro alemán en un punto de su vida vivía obsesionado con oír una melodía mágica, divina y a la vez elusiva, una melodía que aparecía y desaparecía, que nunca pudo llegar a escribir y que posiblemente contribuyera a descompensar su mente hasta su locura final.

Fosse está muy lejos de ese punto, pero hay algo en él que parece perseguir esas melodías secretas, lejanas,  Trías, el filósofo catalán me dio más claves para interpretar a nuestro novelista, porque todo en el noruego me hace pensar en su  filosofía del límite. Si Trías aboga por vivir en los límites, entre la verdad más científica, más prístina, y esa otra subjetiva, la que sólo se cuenta con versos, con música o con pinturas, Fosse va más allá, Fosse parece estar instalado en cualquiera de los límites que fragmentan nuestra existencia, nuestras creencias, nuestra forma de medir el  tiempo, sus historias fluyen en instantes que abarcan años, generaciones, sería ingenuo hablar de flash back, nada está en orden y todo sigue una lógica perfecta, ni siquiera está fijo el periodo histórico de sus protagonistas, algunas de sus narraciones supuestamente contemporáneas parecen transcurrir por una especie de era preindustrial, en otras ocurre lo contrario.

Todas sus narraciones viven al  límite entre la naturaleza y la intimidad, el frío, la constante presencia del mar, las tortuosas carreteras, el viento, el sol, la noche, parecen ser materia de su propio yo, del vertiginoso murmullo de su mente, podrían salir de los cuadros de Hertevig o de Asle, del violín del amante adolescente en Trilogía, la naturaleza es la amiga misteriosa, peligrosa, es la madre, es el padre lejano, pescador. Naturaleza y ciudad se contraponen y se complementan, calles y fiordos son las vías por donde huir, por donde deambular y meditar sobre esa vida sin forma, por donde los mundos se separan o comunican.

Y en el límite del yo, si en algo se complace Fosse es en deshacer las fronteras del individuo, el yo de Asle es muchos Asles, hay dos  personajes que responden a ese nombre, quizás se refieran a diferentes estadios de la vida de ese Asle principal, se llaman igual, se visitan, se observan de lejos, también el personaje femenino se desdobla, regresa del pasado, transmuta de prostituta a artesana decente,  en Melancolía el personaje del pintor parece persistir después de muerto, mantenerse de alguna manera en esa otra generación que le recuerda, quizás también persista en el yo de su renombrado descendiente, Jon Fosse. Y es quizás por eso que el yo del narrador penetra tan fácil en el lector, como una suerte de energía piscodélica que sin sentirlo te guía por laberintos, a priori, tan poco prometedores.

Explicar Septología sería como intentar revelar el truco de un mago, o mejor los milagros de un santo, ya conté del padrenuestro, de las personalidades sutiles. Me limito a contar ciertos detalles, diré que sí, son siete libros, pero un sólo relato, además las partes, entre sí, son enormemente homogéneas, empiezan y acaban con el mismo rito. Habla de un pintor en su etapa de supuesta jubilación, un pintor de extraño prestigio, apartado en una casa de pescadores, frente al mar, en una pequeña aldea próxima a la ciudad de Bjorgvin, que parece ser otro nombre de Bergen, y es viudo, y habla con su mujer de la que ni por un minuto dejó de estar nunca enamorado, puede que la vea en una suerte de aparición, puede que simplemente dialogue con el recuerdo de ella. Tiene que vender su último lote de cuadros, incluso uno, inacabado, que le mantiene en la duda constante, en la duda absoluta. Asle salva la vida de un amigo a punto de congelarse tras un coma etílico, un amigo que es él. Y reza, y convive con su viejo vecino, y reza, y planea un viaje por el fiordo para celebrar la cena de Navidad con la hermana de su querido vecino, y reza.

Fosse intentó de joven una carrera como músico de rock, en alguna entrevista relata sus serios problemas con el alcohol, y explica cómo su conversión al catolicismo le sirvió para abandonar esa adicción, tuvo que ser mucho más.

Las conversiones, las conversiones al catolicismo, son difíciles de digerir para nosotros, los españoles, lo que con frecuencia estamos entre lo uno y lo otro, los que hemos vivido de siempre sus liturgias con diferente grado de rechazo o de orgullo, aceptándolas u odiándolas como parte de lo que somos, porque a lo que a nosotros no nos lleva la religión católica, la comunidad católica, es a la sorpresa, al asombro que ha llevado a la conversión a tantos intelectuales ingleses, franceses o alemanes; G. K. Chersterton, Graham Green, J. Maritain, Edith Stein… Los motivos varían, a Chesterton le parecía el catolicismo la opción más razonable y feliz, Edith Stein caminó un largo trayecto desde la fenomenología de Husserl y el marxismo hasta las verdades más cercanas de santa Teresa a su misticismo, profundamente humano, hasta convertirse, para ambos la conversión fue el acontecimiento de sus vidas, el vértice de su mundo intelectual.

Fosse creció en una ambiente luterano, rígido, frío y pragmático, que abandonó en su primera adolescencia, en su juventud cayó en el ateísmo, en el excepticismo, parece que entonces se atrevió a frecuentar ciertos círculos cuáqueros (tenía un abuelo cuáquero, religión muy minoritaria en Noruega), que le impregnaron de misticismo, de cierto iluminismo, una manera dulce de interpretar el mundo que de alguna manera nunca llegó a abandonar

Llegó su alcoholismo, el rock and roll, y explica que fue la comunidad católica, la fe católica, la que le ofreció la forma de superarlo, la conexión con el todo, una forma herética quizás de fe católica, (se apoyó en el místico herético Ekhart «El oído es el camino hacia el corazón»), parece que acabó de convencerle el sonido milenario del latín, y el misterio, y la posibilidad del silencio en comunidad, y el trato personal con lo divino.

Aún pienso que salir del ruido del alcohol y el rock and roll hasta llegar a sus silencios, a sus pausas fluidas, tuvo que ser una conversión aún mayor que la religiosa, pero es innegable que la literatura de Jon Fosse es la de un converso, la de un católico converso, contiene toda la turbulencia de nuestro tiempo, nuestro escepticismo, nuestra deconstrucción, nuestra sordidez, nuestra lucidez implacable, todo nuestro mundo posmoderno existe en sus páginas pero existe como hundido en un mar, en un fiordo de esperanza, de sonidos divinos que te hacen sonreír, que te explican, en silencio, que todo tiene un sentido, una razón última.

Trilogía, la última novela que he podido leer podría definirse como un drama local, un relato de muertes, pobreza y juventud, pero es una historia de amor, porque ya expliqué que Fosse no relata, te hace penetrar en el alma de esos jóvenes, te hacer ser ellos, será por eso que el drama, el crimen, te duele como propio, como si fueras tú mismo el que en un pasado lejano, como en una pesadilla fatal, acabaste con la vida de esa persona, y te sobrecoge, porque el personaje, el asesino, parece ingenuo, tierno quizás, ama como deben amar los amantes, suspira ante su hijo recién nacido  como deben suspirar los buenos padres, ama la música y la luz de la mañana. No hay maldad sin un toque de inocencia, ni siquiera la maldad más profunda, la menos humana, se escapa de esa brisa de inocencia.

También es poco conocido en España, muy poco, menos que Fosse, el escultor  Gustav Vigeland, responsable de poblar de obras maravillosas el gran parque del centro de Oslo, lo menciono porque en su obras pasa algo semejante, alterna dulces esculturas de niños desnudos, felices, con otras monstruosas, extrañas, donde cuerpos se apilan en formas  orogénicas, o tiernos bebés son enarbolados por atlantes,  o donde un totem altísimo de hombres desnudos parece imponer su realidad existencialista, y ya no sabes qué es alegre, qué significa un gesto de dolor, de victoria, porque quizás no tenga explicación, no tiene por qué, porque Viegeland es noruego, como Fosse.

Noruega es esencial en estos libros, Fosse escribe en nynorsk, lengua poco usada en literatura, que parece le acerca aún más a sus tierras verdes, frías, a su gente tranquila, a su mar, siempre amenazante, inmenso, omnipresente, abriendo los pequeños mundos de esos pecadores, abriendo las ciudades. Las referencias de sus personajes siempre son noruegas, sus comidas básicas, su cerveza un rito peligroso, sus viviendas sencillas, abiertas al mar, a las colinas. Es fácil rememorar a Knut Hamsun, leyendo a Fosse, el también Nobel noruego, parece sostener ese mismo diálogo de nuestro escritor con la naturaleza (Pan, El juego de la vida), con la desolación del ser humano en los inicios de la vida, tan diferentes estos autores y tan unidos por su tierra. Como Henrik Ibsen, y el fluir psicológico de sus personajes. Una luz gris, pero poderosa, indispensable, ilumina estos mundos escandinavos, noruegos, con una nitidez específica, a veces sobrenatural.

Jon Fosse es uno de los autores dramáticos más representados en el mundo, ha publicado casi cuarenta obras de teatro, y ninguna se ha estrenado aquí, parece que se espera alguna producción en Madrid para la próxima temporada, veremos. Existen traducciones al español de su poesía completa, con la editorial Sexto Piso, así como la novela Ales junto a la hoguera de Random Hoouse, o Mañana y Tarde, editada por De Conatus.

Precisamente el pasado 20 de Junio asistí en el Ateneo de Madrid a una lectura dramatizada de Mañana y Tarde, pieza intensamente fossiana, de personajes entre un mundo y otro, por dos actores (David Bueno y Alicia Rodríguez), seguido por la apasionada introducción a la obra de Fosse por parte de Silvia Brrdelás, su editora en de Conatus, y la autora, reciente premio nacional de narrativa, Pilar Adón, ambas completamente ganadas para la causa, rendidas al encanto hipnótico de Fosse, participó también la magistral traductora de Septología y Trilogía Cristina Gómez Baggethun, que nos regaló interesantes anécdotas sobre la traducción de esos diálogos de Fosse, tan extraños para nuestra literatura. Asistió también el embajador de noruega Nils Haugstveit, ostensiblemete feliz de hablar y dar a conocer en España a su compatriota, nos recordó las esencias patrias de su obra.

En un momento, Silvia Bardelás, preguntó a la audiencia, seríamos unos cincuenta, cuántos de nosotros habíamos leído algo de Jon Fosse, para mi sorpresa no llegaríamos a la media docena, muchos de los asistentes expresaron el deseo de leerlo bien pronto, y espero que sea así, pero parece claro que la increíble literatura de Fosse no encuentra fácilmente lectores en español, habrá que esperar.

Quizás necesitemos algo más de silencio, de curiosidad,  hay demasiado ruido en este país, quizás tengamos que domar nuestros oídos para escuchar esa nueva voz del norte, de muy arriba, quizás necesitemos convertirnos, convertirnos a esa nueva verdad, a verdad la del silencio, a la de la luz suave, a esa verdad que penetra como un arpón ballenero hasta el centro del corazón.

Miguel Ferrando

1 comentario en «           ¿Por qué el Nobel de Jon Fosse?»

  1. Muchas gracias por tan interesantes comentarios sobre este nuevo Nobel literario.
    Soy de las que no lo han leído aún y desde luego ahora tengo verdaderas ganas de hacerlo.
    Un abrazo a todos.

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